A veces, durante los entrenamientos, comenzamos a notar cómo nuestro esfuerzo empieza a dar frutos. Esta sensación nos motiva a ir más allá y explorar nuestros propios límites. En esa búsqueda, aprendemos valiosas lecciones: que hay días buenos y malos, que entrenar no es solo correr, sino también fortalecer el cuerpo, que el descanso y la alimentación son pilares fundamentales del progreso. En esta ocasión, aprendimos la importancia de escuchar a nuestro cuerpo y entendimos que una lesión no significa el fin de la temporada.
A finales del año pasado, me sentía motivada después de una temporada satisfactoria, y seguía entrenando con intensidad. Un día, decidí salir a entrenar en el Parque Metropolitano Guangüiltagua con mi papá. Él tenía un plan específico en "La Penitente", una cuesta exigente de aproximadamente 350 metros de desnivel positivo, con una pendiente muy pronunciada que inicia tras un par de kilómetros de bajada técnica. Acordamos que cada uno iría a su ritmo. Como tenía el día libre, corrí mayormente a un ritmo regenerativo y aeróbico pero también quería que el entrenamiento fuera productivo; sabía que los mayores avances se logran con esfuerzo, así que decidí subir una vez a La Penitente. Fue en esa subida cuando sentí un fuerte dolor en la zona del peroneo, pero en el momento no le di demasiada importancia. Pensé que con un poco de descanso y masajes desaparecería, sin imaginar que me terminaría pasando factura.
En los días siguientes, alterné descanso con sesiones de fisioterapia; el dolor mejoraba pero nunca desaparecía por completo, y cada vez que intentaba un entrenamiento intenso, volvía con más fuerza. Tras una sesión exigente en la subida al teleférico del Ruco Pichincha por Miraflores, también conocida como Polichasqui, mi pie dejó de responder. Fue entonces cuando supe que lo que tenía era más serio de lo que pensaba.
Al notar que mi condición no mejoraba, la vida puso en mi camino a un verdadero héroe: Gabriel Echeverría, un médico deportólogo que pronto se convertiría en mi salvador. Tras evaluarme, diagnosticó un desgarro en el tendón del peroneo y su conexión con el músculo. Me informó que tendría que evitar ejercicios intensos con el pie durante varias semanas. Recibir esa noticia a tan solo unas semanas de una de las competencias más importantes del año, la Petzl Trail Plus, fue un golpe duro. Sentí ganas de llorar, pues llevaba meses preparándome y esperando con ansias esa carrera.
Pero Gabriel me dio una luz de esperanza. Me aseguró que haría todo lo posible para que llegara a la competencia y, como parte del tratamiento, me inyectó plasma con mi propia sangre para acelerar la recuperación. Me siento afortunada de haber conocido a una persona tan increíble como él, y profundamente agradecida por lo que hizo por mí. Aunque tuve que detener mis entrenamientos por dos semanas, ese descanso fue justo y necesario. Gracias a ello, hoy puedo seguir corriendo y tengo una oportunidad.
Independientemente de cómo me vaya en la competencia, daré lo mejor de mí, confiando en mi equipo de trabajo y en todo el esfuerzo que he puesto en este proceso.